El cómic Tintín en el Congo (1931) será protagonista de un juicio que enfrentará a partir de septiembre a un ciudadano congolés, quien reclama su retirada del mercado por contenidos racistas, y a la sociedad gestora de los derechos de la obra, Moulinsart.
El demandante, Bienvenu Mbutu Mondondo, decidió en 2007 acudir a los tribunales para solicitar la prohibición, al considerar que su contenido era ofensivo hacia los congoleños y que propagaba estereotipos sobre el citado pueblo además de ser propaganda para la colonización.
Por su parte, la sociedad gestora de los derechos de Tintín en el Congo y la editorial Casterman argumentaron que se trata de una obra de ficción hace 70 años y que debe ser vista como un documento de esa época.
El demandante expondrá sus argumentos el día 30 de septiembre, mientras que los acusados lo harán dos semanas más tarde.
La obra ya ha sido objeto de polémica en países como Reino Unido, Francia o Estados Unidos, donde diversos organismos y autoridades públicas han solicitado la retirada de Tintín en el Congo.
Sin embargo, para entender el contexto en el que nace el segundo viaje de Tintín tras su visita al país de los Soviets (editado en 1929), hace ahora 72 años, nada mejor que leer a su propio autor. Hergé (Georges Remi) trabajaba para el semanario católico Le Petit Vingtième a las órdenes del padre Wallez, quien impuso el tema al autor, según se recoge en las investigaciones del reputado tintinólogo Michael Farr en Tintín, el sueño y la realidad (pág. 22).
Farr expone que durante los últimos sesenta años la percepción que los europeos tenían del continente africano evolucionó profundamente. “Tintín, ahogado en los tópicos colonialistas, se encuentra en una situación peligrosa: aparece como representante de una época pasada y, por esta razón, se convierte en socialmente condenable. A partir de ahí, es difícil ser más políticamente incorrecto”, comenta Farr en su obra.
De hecho, Hergé fue acusado de racista en vida por esta obra. “Para el Congo, como para tintín en el país de los Soviets, me alimenté de los prejuicios del medio burgués en el que vivía... Estábamos en 1930. Lo único que sabía de este país era lo que la gente contaba en aquella época: 'Los negros son niños grandes... Tienen suerte de que nosotros estemos allí, etc...' Y dibujé a estos africanos según estos criterios, en el más puro estilo paternalista, que era el que reinaba en aquella época en Bélgica”, se excusó el autor en el libro Entretiens avec Hergé.
Lo cierto es que la obra también puede ser objeto de denuncias desde los colectivos ecologistas. Y es que Tintín abate a unos antílopes, mata a un mono para obtener su piel, hiere a un elefante, hace explotar a un rinoceronte (escena eliminada en la versión en color para Escandinavia) y mata a un búfalo. Desde la perspectiva actual, representa una lista de trofeos insoportable. Sólo la amable jirafa se salva de la carnicería y únicamente es filmada. El propio Milú reprocha en el cómic esta extremada cacería. Un comentario que, según dijo el autor, demostraba sus remordimientos.
La reducción y adaptación, en 1946, a 72 planchas en color dio lugar a cambios y simplificaciones. Las frecuentes referencias a Bélgica y al régimen colonial se suprimieron para ampliar el número de lectores a otros mercados, comenzando por el francés.
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Tintín, el sueño y la realidad (Michael Farr) |
En los años 50, el cómic cae en desgracia por el recrudecimiento de los problemas coloniales que llevan a la independencia del Congo, en julio de 1960. Sin embargo, unos años más tarde, Tintín en el Congo fue publicado en Zaire, lo que provocó la vuelta de la aventura a las tiendas. Los lectores de Zaire se ofendieron mucho menos que los europeos del colonialismo trasnochado y su tono condescenciente (Farr; pág. 27). Hoy es uno de los álbumes más conocidos en África, en especial en los países francófonos. Lejos de ser considerado como un belga colonialista, Tintín ya es figura universal.
Fuentes: Agencia EFE; Tintín, el sueño y la realidad (Michael Farr; Zendrera Zariquiey, 2002)